Es muy común que las personas nos olvidemos de nosotras mismas. En una sociedad hiperconectada, en constante y vertiginoso cambio, competitiva y estresante es fácil que nos vayamos enterrando en una lista interminable de tareas. Cosas que hay que hacer, según nos decimos.
El resultado es que se nos olvida que somos seres humanos, que muchas veces nos sentimos sobrepasados emocionalmente, que incluso sin darnos cuenta estamos deteriorando gravemente nuestra salud mental y física. Nos hemos desconectado de nosotros, de nuestras necesidades emocionales.
A veces sucede por una interpretación errónea de lo que significa ser solidarios y ayudar a los demás. Nos volcamos tanto, con la mejor intención, en ayudar y preocuparnos por lo que necesitan y sienten los demás que se nos olvida cuidar de nosotros. Se nos olvida prestarnos atención y empatía. En ese camino es muy probable que terminemos quemados, agotados o con una depresión.
No quiero decir con esto que debamos focalizarnos sólo en nosotros, esta es otra versión distorsionada del autocuidado, ya que podemos terminar siendo individuos egocéntricos y narcisistas que sólo piensan en sí mismos. Debe haber un equilibrio. Cuando no mantenemos un equilibrio en cualquier ámbito de nuestra vida (nuestros hábitos, nuestras actitudes y creencias, las horas que dedicamos al trabajo), tarde o temprano pagamos el precio.
En mi último libro «Reconecta contigo» defiendo que debemos reconectar con nosotros para poder conectar con los demás. Cuando no lo hacemos, es posible que estemos ayudando o siendo solidarios no por auténtica compasión sino para librarnos del sentimiento de culpa derivada de nuestra educación o experiencias pasadas. O puede que sin darnos cuenta estemos cayendo en el síndrome del fariseo, queriendo demostrar a los demás lo bondadosos y solidarios que somos, desde el egocentrismo y con el único propósito de que los demás nos admiren.
Cuando realizamos un profundo trabajo interior de autoconocimiento, nos damos cuenta de estos patrones perversos en los que caemos, y empezamos a cambiar. Reconectar con nosotros nos hace ser más humildes, más auténticos, más empáticos y más equilibrados emocionalmente. Por mi experiencia personal después de 18 años trabajando en aumentar mi nivel de conciencia con distintas disciplinas y herramientas que comento en mi libro, como la meditación, la jerarquía de valores, la visión, el propósito vital o el coaching, sé que es el único camino para ayudar de verdad a los demás.
Sólo reconectando con nuestro enorme potencial, pero también con nuestros miedos, debilidades y heridas emocionales, podemos comprender y empatizar con los demás. Lo otro es puro teatro para que los demás nos quieran y nos admiren.
Observo con una gran preocupación cada día en el ámbito social y político la enorme desconexión e ignorancia que existe, lo que lleva conduciendo desde hace años a una creciente polarización y radicalización de la sociedad, a que existan dos bandos enemigos y enfrentados, a que aumente el nivel de violencia en las conversaciones cotidianas. El origen de todo ello es el bajísimo o nulo nivel de conciencia en la mayoría de las personas.
Vivimos con el piloto automático, dejándonos manipular como marionetas por las distintas facciones polarizadas, y defendiendo causas sin saber por qué y sin ser conscientes de las consecuencias terribles que pueden ocasionar. La sociedad necesita urgentemente que sus ciudadanos reconecten con su potencial, con su poder innato, con su capacidad de pensamiento crítico.
¿Y cómo podemos empezar a reconectar con nosotros? En primer lugar, parando, bajándonos en la siguiente parada del tren frenético de obligaciones, objetivos, noticias manipuladas y tareas en el que nos hemos metido sin ser conscientes, para mirarnos por dentro y preguntarnos simplemente ¿Cómo estoy? ¿Cómo me siento? ¿Cómo está mi mente? ¿Y mi cuerpo? ¿Qué necesito en este momento? Son preguntas muy poderosas que frenan la huida hacia adelante en la que está inmersa la mayoría de la sociedad.
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