¿Has pensado alguna vez que las expectativas que tienes determinan tu nivel de felicidad? La mayoría de las personas creen que su felicidad vital depende de los eventos que les suceden en su vida, de si consiguen sus metas personales o profesionales, o de si experimentan muchas vivencias placenteras o divertidas. Pero te voy a decir algo sorprendente. La mayoría de las personas están equivocadas.
Nuestra paz interior y nuestra felicidad dependen muchísimo más de lo que esperamos y deseamos que suceda, que de lo que realmente sucede. Dicho de otra manera: depende en un elevadísimo grado de nuestras expectativas. Si tenemos la expectativa de que un amigo o familiar nos va a ayudar en un momento difícil de nuestra vida y no lo hace, nuestra amargura no depende del comportamiento de esa persona, sino de nuestra expectativa de lo que debería hacer. Sé que suena realmente duro, y por eso nos cuesta tanto gestionar las expectativas, pero cuanto antes lo hagamos, antes encontraremos la paz interior.
Otro ejemplo habitual de expectativas poco realistas son los objetivos y deseos que tenemos. Por ejemplo, cuando aspiramos a un trabajo mucho mejor pagado y más motivador, o cuando deseamos recuperarnos rápidamente de una enfermedad que nos obliga a quedarnos en cama. Nos frustramos cuando las cosas no avanzan al ritmo que nos gustaría, o cuando no logramos un objetivo ambicioso por el que nos hemos esforzado y luchado durante meses o años, y que creemos que merecemos. Sin embargo, las reglas del juego de la vida no funcionan así. La vida no es algo que podamos manipular a nuestro antojo para que cubra nuestras expectativas más exigentes, ilusorias e incluso pueriles.
En el libro «Lo que nunca cambia en un mundo cambiante» Morgan Housel destaca que una de las fuentes de mayor infelicidad es compararnos con los demás. Comparar nuestra casa y el coche que tenemos con la casa y los coches de nuestros amigos, comparar el sueldo que ganamos con el que ganan nuestros compañeros del trabajo, comparar el nivel de vida y los planes de ocio que tienen nuestros contactos en Instagram con nuestro nivel de vida y nuestros planes, y así hasta el infinito. Y lo cierto es que no podemos evitar compararnos constantemente con los demás, con el deseo oculto de que nos vaya mejor siempre que a los demás.
La paradoja del ser humano es que en este momento de su existencia jamás ha vivido mejor, nunca ha disfrutado de este extraordinario nivel de comodidades y de posibilidades infinitas, de incontables opciones de entretenimiento y diversión, y de un nivel de salud y evolución científica nunca conocidos. Pero como todas las personas que conocemos se han beneficiado también de esas mejoras radicales y lo que en el fondo deseamos es ser más exitosos y felices que los demás, no nos sentimos más satisfechos ni más felices que nuestros antepasados de siglos pasados, lo cual es una locura absoluta.
En el libro Housel cita a Montesquieu con una frase que contiene una verdad profundamente triste, pero una verdad al fin y al cabo. Dijo Montsequieu hace 275 años: «Si uno sólo quisiera ser feliz, podría lograrlo con facilidad; pero queremos ser más felices que los demás, y eso siempre es difícil, pues creemos que los demás son más felices de lo que son».
¿Y qué podemos hacer entonces para sentirnos más en paz con la vida y con los demás? ¿Cómo sentirnos satisfechos y felices? Pues gestionando las expectativas que tenemos. La mente es una máquina insaciable de generar expectativas y deseos, que son la fuente principal de nuestro estrés, frustración y sufrimiento. Buda ya destacó que la fuente principal del sufrimiento humano era desear cosas, experiencias, sensaciones, etc. La razón es que la mayor parte de las veces, las cosas no son como queremos o deseamos, y esta es una dura lección que recibimos a diario, y que deberíamos aprender cuanto antes para nuestro propio bienestar emocional. En definitiva, necesitamos abandonar la adicción a generar deseos y expectativas poco realistas de cómo deberían suceder las cosas, y empezar a aceptar más la vida tal y como es.
En el campo de las relaciones personales también caemos una y otra vez en la misma trampa de tener expectativas excesivamente optimistas sobre la conducta de nuestros amigos, conocidos y familiares, y culpamos a los demás de nuestra infelicidad cuando su comportamiento no coincide con nuestras expectativas. Así lo único que hacemos es empeorar la calidad de nuestras relaciones, derivando en una peligrosa actitud victimista o incluso violenta, que nos aleja aún más de sentirnos alegres y de disfrutar de unas relaciones sanas y felices. Una vez más, el problema son las expectativas irreales que depositamos en los demás.
El gran psicólogo americano Marshall Rosenberg también avisó del peligro de tener expectativas poco realistas en nuestras relaciones personales. En su Modelo de Comunicación no Violenta, por ejemplo, avisa que tenemos derecho a pedir a los demás un cambio de comportamiento, pero no podemos en ningún caso exigir dicho cambio. Es decir, nuestra responsabilidad como seres humanos, es expresar nuestras emociones y necesidades en un conflicto con otra persona, y pedirle un cambio. Eso depende de nosotros, pero dicho cambio de actitud o conducta sólo depende de la otra persona, y dicha persona tiene el derecho a elegir con total libertad si cambia su conducta, tal y como le hemos pedido, o no. Cuando presionamos a los demás para que hagan lo que queremos, mediante diversas estrategias tóxicas como el insulto, el juicio, el chantaje emocional (es decir, la violencia verbal) o incluso con la violencia física, en realidad no estamos haciendo peticiones, estamos haciendo exigencias. Y las exigencias son siempre expectativas que no hemos gestionado.
Pero claro ¿Cómo se gestionan las expectativas? Verdaderamente, es una conquista formidable que no se logra en un día, ni en un mes. Es un trabajo interno muy profundo que nos llevará años, porque se trata de aceptar la vida tal y como viene, y aceptar a las personas incondicionalmente, tal y como son, teniendo expectativas bajas, razonables, tanto de la vida como de los demás. Parece una actitud de resignación bastante triste, pero no lo es. No debemos confundir resignación (cuando decidimos no actuar aun sabiendo que podríamos influir en la realidad) con la aceptación (cuando decidimos no actuar porque sabemos que no podemos cambiar las cosas y por tanto es una pérdida de energía). La aceptación es una actitud de gran sabiduría que nos aporta una enorme paz interior, mientras la resignación nos convierte en personas amargadas y resentidas.
Gestionar las expectativas también está relacionado con reducir las necesidades que tenemos. En un mundo de enorme y exagerada abundancia, hemos ido aumentando nuestras necesidades de forma artificial y acumulando posesiones materiales sin descanso, hasta el punto de creer que si no nos compramos la televisión más avanzada y grande del mercado, o la camisa preciosa de la que nos hemos enamorado, no vamos a sentirnos felices.
El movimiento del minimalismo precisamente promueve reducir al máximo nuestras necesidades y posesiones materiales, y también el estoicismo de los antiguos griegos, que ahora es tendencia, promulgaba esta actitud de no desear tener tantas cosas y experiencias, de no necesitar y esperar tanto de la vida ni de los demás. Este es el gran secreto de la felicidad, todo lo contrario de lo que parece creer la mayoría de las personas, que basan su felicidad en consumir más productos, más experiencias, más viajes, más diversión y más placer que los demás.
Y por supuesto, reducir nuestras expectativas y nuestras necesidades no es contradictorio con querer mejorar nuestro nivel de vida, o avanzar en nuestra carrera profesional, o ganar más dinero. Marcarse objetivos y metas es algo tremendamente sano y positivo, porque nos hace superar nuestros límites mentales, y contribuye a mejorar nuestra vida y la de los demás. Pero debemos ser respetuosos con la vida, con lo que nos traiga, aunque no siempre sea justo después de nuestros esfuerzos y mejores intenciones. Para ello es esencial reducir nuestras expectativas y deseos, y aceptar todo aquello que no dependa de nosotros, para no hundirnos en la desesperación y la frustración. Y cuando los resultados que obtengamos sean positivos o los comportamientos de los demás coincidan con nuestras expectativas, demos las gracias y disfrutemos de esos regalos que también, a veces, nos trae la vida.
Ser esclavos de nuestras expectativas irreales nos garantiza vivir una vida miserable y amarga, y lo peor es que nosotros hemos sido los responsables de esa horrible vida, aunque nos empeñemos en poner excusas o culpar a los demás. La causa principal es que no hemos sabido poner límites y gestionar nuestras expectativas.
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JAVIER CARRIL
Coach MCC y conferenciante
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