Cuando nos planteamos nuestros objetivos, cuando pensamos en lograr nuestros sueños, solemos caer inconscientemente en una trampa peligrosa: preguntarnos de inmediato cómo podríamos lograrlos. Curiosamente, en un proceso de coaching se pregunta habitualmente al cliente cómo puede empezar a avanzar hacia la meta que se ha marcado. Sin embargo, esta pregunta debemos posponerla y mantenerla en cuarentena una temporada. Porque con esta pregunta la parte racional de nuestro cerebro hace su entrada y bloquea cualquier posibilidad de lograr ese sueño. Simplemente, el hemisferio izquierdo hace un rápido repaso de los “cómos” y responde a los pocos minutos: “Es que es imposible, yo no puedo conseguir tal meta…” Lo siguiente es abandonar.

Simplemente, la clave es preguntarse sin restricciones ¿Qué es lo que quiero realmente?, y dejar la pregunta abierta para que nuestra mente la procese y trabaje sobre ella. Es como volver a la infancia y escribir la carta de los Reyes Magos, donde pedíamos sin limitaciones. Es necesario evitar la tentación de preguntarse cómo podemos alcanzar ese objetivo. Cuando hemos explorado el Qué queremos, qué significa para nuestra vida lograr ese objetivo, lo que vamos a ganar, lo que nos aportará, entonces podemos escribir sobre las emociones que sentiremos en el momento de lograr lo que deseamos, podemos visualizar e imaginar que hemos llegado ya a la situación anhelada, y podemos marcarnos algún pequeño paso que esté alineado con ese objetivo.

Esto es lo que algunos autores llaman poner atención sobre lo que queremos crear en nuestra vida. Porque, tenlo por seguro, aquello en lo que pongamos nuestra atención es lo que finalmente tendremos. Si ponemos nuestra atención en lo negativo de nuestra existencia o de nosotros mismos, alimentaremos eso en nuestra vida. Sin embargo, si ponemos toda nuestra atención en lo positivo, tendremos más de eso. Por ello, recomiendo siempre centrarnos en dónde queremos llegar, en lugar de centrarnos en de dónde queremos salir.

¿Dónde pones tu atención? ¿En lo negativo de tu vida, en las relaciones o experiencias de las que quieres alejarte, en el trabajo que no te motiva, en el estrés de tu vida? Entonces, es importante (y tal vez urgente) que cambies el enfoque. Y nadie más es responsable de que tú cambies el enfoque. Sólo tú. No valen excusas ni justificaciones ni echar balones fuera, culpando a otras personas de tu enfoque en lo negativo.

Si por el contrario pones tu atención en todo lo maravilloso que vives cada día, en todo lo que te aportan las personas que tienes a tu alrededor, en las cualidades y valores únicos que tienes tú como persona, entonces multiplicarás eso que estás ya disfrutando.

Esta es una elección muy simple, pero paradójicamente la mayoría de las personas no se plantean que pueden elegir. Simplemente se dejan llevar por el descontrol de sus emociones cuando van sucediéndose los acontecimientos. Y al final, la conclusión es que somos reactivos en lugar de proactivos. El reactivo es pasivo, porque reacciona siempre cuando tiene un estímulo. El proactivo, por el contrario, se adelanta y anticipa para crear la realidad que desea vivir.

Todos podemos elegir el enfoque que queremos para nuestra vida: positivo o negativo. Porque lo importante no es lo que nos sucede, lo importante es cómo reaccionamos ante lo que nos sucede. Pase lo que pase, siempre puedes elegir estar en el lado de los optimistas, o en el lado de los catastrofistas. Y tu vida será un exacto reflejo de esa elección.

Pues bien, ahora te invito a que te hagas la pregunta: ¿Qué es lo que realmente quieres en tu vida? Vuelve a ser un niño o una niña y pide lo que desees. Y no te preocupes de momento sobre cómo puedes lograrlo. Deja un espacio para que tu ilusión e imaginación te invadan por completo. Merece la pena.
JAVIER CARRIL. Coach. Visita mi web: http://www.zencoaching.es/