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¿Somos ya como los replicantes de Blade Runner?

El otro día estuve viendo la película Blade Runner 2049, ya que Blade Runner, la película original de 1982, es una de mis películas favoritas y deseaba ver cómo seguía aquella historia que me fascinó y me sigue fascinando, y que se ha convertido en una de las películas más míticas de la historia del cine.

Aparte de que Blade Runner 2049 es una buena película pero que no está a la altura de la primera, la temática principal está hoy más de actualidad que nunca. Los replicantes, robots diseñados por el hombre para que hicieran de esclavos o para que trabajaran en general a su servicio, serán en un futuro próximo una auténtica realidad. Además, los replicantes tenían emociones, lo que les hacían incluso más humanos que los propios seres humanos de las dos películas. Recuerdo cómo en Blade Runner 1982 los replicantes buscaban su identidad, el sentido de su existencia, y que tenían miedo a la muerte. Mientras que los personajes humanos no tenían ni mucho menos esas inquietudes tan metafísicas.

En el siglo XXI, además de vislumbrar la viabilidad de los robots «humanizados» para hacernos la vida más sencilla y mejor, tenemos ante nuestros ojos una realidad más preocupante: la creciente robotización de los seres humanos.

Uno de los motivos principales es la irrupción de la tecnología en nuestra vida cotidiana. Podemos comprobar cómo los seres humanos, en la era tecnológica, están siendo abducidos literalmente por los móviles. Es frecuente ver grupos de amigos sentados en un bar mirando cada uno su teléfono móvil y sin mirarse a la cara ni comunicarse directamente. O una pareja cenando en un restaurante mirando cada uno su smartphone. También en la calle cualquiera puede darse cuenta de la robotización de las personas, caminando mientras contestan whatsaps o correos electrónicos incluso cuando cruzan un semáforo.

En realidad durante todo el día actuamos más como robots que como personas. Porque hacemos todo en piloto automático, es decir sin conciencia sobre lo que estamos haciendo o experimentando. Desayunamos sin saborear el desayuno, nos duchamos mecánicamente, conducimos y caminamos de forma automática, hacemos nuestro trabajo de forma rutinaria dejándonos llevar por lo que nos ha funcionado en el pasado sin cuestionarnos si hay una forma más creativa o efectiva de hacerlo, consultamos compulsivamente el móvil usándolo en situaciones en las que no es adecuado o simplemente es una falta de respeto, y finalmente llevamos el piloto automático a nuestras relaciones personales, saludando y preguntando mecánicamente «¿Qué tal?» como si fuera un protocolo, sin interesarnos verdaderamente por el otro, olvidando nuestra capacidad para ser empáticos.

Pero además, no nos damos cuenta pero nos dejamos manipular por todo lo que leemos en los medios de comunicación, y también por la publicidad, estrechando nuestra visión crítica sobre las cosas, y pensando y actuando según la ruta marcada por la sociedad. En definitiva, estamos más programados de lo que pudiéramos imaginar, y casi todas nuestras decisiones y conductas han sido marcadas por la sociedad o por otras personas o instituciones; es decir, no son nuestras verdaderas decisiones. La robotización del ser humano está eliminando su libertad. 

Hay que decir que el piloto automático es el modo mental por defecto del cerebro, que lo activa cada vez que repetimos una conducta o acción muchas veces. El cerebro considera que es correcto y lo pasa al inconsciente, convirtiéndose en una acción automática o una rutina. También nuestro cerebro pasa al inconsciente una idea o información que hemos recibido repetidas veces. De ahí que vamos por el mundo con unas ideas preconcebidas sobre las cosas, que consideramos «la verdad».

Lo gracioso es que el cerebro hace esto sin pedirnos permiso, como un intento bienintencionado de liberarnos energía. El problema es que el piloto automático se va apoderando, sin darnos cuenta, de cada vez más facetas de nuestra vida, y finalmente acabamos esclavizados por nuestras propias rutinas y creencias rígidas, y terminamos viviendo el día de la marmota, en el que cada día se repite de forma monótona y machacona.

¿Y cómo se logra revertir esta situación? ¿Cómo desconectamos y salimos del piloto automático para recuperar la grandeza que tenemos, nuestra empatía y generosidad? El mindfulness es la herramienta más efectiva para recuperar nuestra humanidad, el disfrute de las pequeñas cosas, la compasión y la amabilidad. El mindfulness se podría definir como un entrenamiento mental de la atención en el momento presente, sin juicios y con aceptación. Uno de sus principales beneficios es activar el estado de consciencia y desactivar el piloto automático tan dominante en nuestras vidas.

Muchas personas me preguntan por qué el mindfulness está creciendo tanto en nuestra sociedad. Aparte de otras razones, una de las claves es que nos estamos dando cuenta de que así el ser humano no va por buen camino, de que cada vez está más disperso, estresado y deshumanizado, y que necesita una disciplina para reconectar con su humanidad perdida. Esa humanidad recuperada gracias al mindfulness nos hace aumentar nuestra felicidad y bienestar, nos convierte en personas más sensibles y empáticas, y por tanto nos pone en disposición de dar lo mejor de nosotros mismos en la vida y en el trabajo.

No nos convirtamos en replicantes. La grandeza del ser humano está dentro de cada uno de nosotros. Sólo tenemos que despertarla y desarrollarla. A través del entrenamiento mindfulness.

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sobremi

JAVIER CARRIL. Conferenciante, Coach y escritor.

¿Quién eres?: el valor de la humildad

La pasada semana leí una breve entrevista del ex-futbolista Pedja Mijatovic, famoso sobre todo por el gol que le dio la séptima copa de Europa al Real Madrid. Aquel momento fue el más importante de su carrera deportiva. En esta entrevista le preguntan si cambiaría aquel gol por algo, a lo que responde: «Por la salud de mi hijo que murió hace ocho años. Y no sólo por su vida. Cambiaría todo lo que he conseguido por haberle escuchado decir algo. Porque él, Andrea, era paralítico cerebral, no hablaba, no caminaba, no se comunicaba. Lo habría dado todo por escuchar un «Hola, cómo estás». No pudo ser.»

Más adelante, profundiza sobre esta experiencia: «Yo en los años más bonitos de mi carrera viví la enfermedad de mi hijo. En esos momentos en los que crees que incluso puedes volar, cuando te sentías poderoso y notabas el calor de toda la gente, mi hijo siempre tenía crisis. Muchos días y noches en el hospital. Eso ha sido un contrapeso mío. Yo me decía: «No eres nadie, ya ves que no eres nadie, no puedes hacer nada para que tu hijo mejore». Te preguntas: «¿Quién eres?». Y la respuesta es nadie. Mi hijo ha tenido una misión en mi vida. La de salvar a su padre. Piensas que eres Dios y en realidad no eres nadie».

Me impresionaron profundamente sus palabras, porque desprenden una gran sabiduría y una gran humildad. Ambas, curiosamente, se consiguen después de sufrir mucho, después de tener una gran crisis. El éxito, muchas veces, no te hace más sabio, y desde luego es raro que te haga más humilde, sino todo lo contrario. El éxito nos embota y nos hace creer que somos Dioses, hasta que tarde o temprano, la vida nos da la lección que necesitamos.

Tengo la creencia de que el ser humano tiene una grandeza enorme dentro. Cualquier ser humano tiene ese potencial en su interior. Lo he comprobado muchas veces, y me ha conmovido hondamente. Por tanto, cualquiera de nosotros puede conseguir grandes metas y contribuir a cambiar el mundo. Me gusta la idea de salir de nuestra zona de confort y descubrir que somos capaces de mucho más de lo que imaginamos.

Pero también creo, aunque sea paradójico, que no somos nadie, como dice Mijatovic. En el sentido de que cada uno de nosotros somos una minúscula parte de la enormidad del universo, es decir, somos uno más de los cientos de miles de seres vivos que han pasado por el planeta tierra, y además somos mortales. Por tanto, es fundamental ser humildes y reconocer que no somos nadie. ¿O acaso no es verdad que cualquiera de nosotros puede morir mañana mismo? Quizá una enfermedad repentina, un accidente, un atentado terrorista…Es importante recordar esto, sobre todo cuando estamos en la cresta de la ola, en una etapa de mucho éxito. Mijatovic reconoce que cuando era algo parecido a un Dios, un ídolo de masas al ser un futbolista multimillonario de éxito, no fue capaz de salvar a su hijo. De nada le sirvió la fama, el éxito o el dinero para conseguir el objetivo más importante para él.

Siempre me han gustado las paradojas. Ya comenté en mi primer libro «Zen Coaching» que el mundo es paradójico, la vida es paradójica, y por tanto debemos abrir nuestra mente a las paradojas. Mi modelo Zen Coaching es paradójico. Que el ser humano tenga una enorme grandeza y al mismo tenga una enorme fragilidad, es una paradoja. Que cada uno de nosotros podamos lograr cosas increíbles es verdad. Que cada uno de nosotros deba asumir, con humildad, que no somos nadie, nada más que una mínima parte del universo, también es verdad.

Tengo la convicción de que en esta paradoja se esconde una enorme sabiduría y claridad. Porque si nos creemos sólo personas únicas y elegidas, caeremos en la arrogancia y la soberbia. Mientras que si nos creemos sólo que no somos nadie, podemos caer en la resignación y la depresión. Entonces, ¿Quienes somos? Esta es una de las preguntas más importantes que podemos hacernos en la vida. Aunque no esperes tener una respuesta. Lo importante no es encontrar la respuesta perfecta o exacta, lo importante es hacernos esta pregunta y cuestionarnos todas las respuestas estereotipadas y superficiales que nos saldrán: soy Fulanito (sólo es nuestro nombre), soy padre o madre (sólo es un rol), soy coach o abogado o empresario (sólo es nuestra profesión), soy perfeccionista (sólo es una forma de comportarnos), etc.

De momento, recuperemos ambas creencias: la primera (soy especial y grande) para lanzarnos a mejorar el mundo con nuestra vida y nuestro trabajo, para aumentar nuestras nobles ambiciones. Y la segunda (no soy nada, sólo una minúscula parte del universo infinito y de la humanidad) para aterrizarnos, para equilibrarnos, para ser más humildes.

El mundo necesita personas ambiciosas pero que al mismo tiempo sean humildes. Todos, probablemente, necesitamos potenciar más una u otra parte. ¿Cual necesitas reforzar tú? 

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JAVIER CARRIL. Conferenciante, Coach y escritor.